Foto: L. Mallete
Doy lugar hoy a una nueva sección del blog para hablar de minimalismo y budismo Zen. Se tratará de una serie de breves ensayos sobre distintos temas relacionados. Para empezar, qué mejor que empezar por lo más simple, hablando un poco de ambos conceptos.
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Zen y tecnología realmente no se llevan bien. Por más que hoy nuestra cultura desde su sentido común afirme que la tecnología nos ayuda a vivir de una manera más fácil, la verdad es que complica muchas cosas. Nos aparta de lo inmediato, nos distrae constantemente, nos llama la atención de una manera excesiva.
La vida contemporánea por lo tanto no deja mucho lugar a la contemplación, a la simplicidad y a la tranquilidad. Y no hace falta aclarar que ninguna de estas cosas son sencillas de por sí.
Zen y minimalismo no son lo mismo pero pueden serlo. El zen siempre está en la búsqueda de no buscar nada, y el minimalismo es la actitud obvia que puede adoptarse en relación a las cosas (hablemos de lo material o no).
Decimos obvia porque es rápidamente claro que la experiencia no demanda la acumulación, la ostentación, las grandes ambiciones. Y tampoco el control o la autosuperación.
Lo minimalista entonces si es sincero no es una moda o la necesidad de salir a redecorar. No debería ser una necesidad de consumo sino más bien todo lo contrario. La expresión del no consumir, del no acumular.
La genuina actitud minimalista (tal y como el zen) no se trata de un producto a consumir. Se trata de un cambio más profundo. Transitar ese cambio implica llevar una práctica concreta y verdadera determinación.
Las recompensas son grandes para quien no espera absolutamente nada. Y encontrar el equilibrio es lo complicado de una actitud tan simple.
